Estaba sentada fuera, casi tumbada
sobre un desvencijado sillón de madera, cubierto en algunas partes por un musgo
entre negro y verdoso, se hallaba disfrutando de los leves rayos que el Sol le regalaba esa mañana, mantenía los ojos cerrados y su rostro poseía
una, aunque extraña, aparente paz, a ratos incluso se permitía esbozar una
sonrisa, sobre todo cuando su afinado oído de cazadora distinguía el canto de
un pájaro, el croar de una rana, el zumbido de un insecto…
Se sentía muy a gusto allí, con las piernas en alto, los pies descalzos
reposando sobre una rama que un rayo había arrancado de un robusto roble tras la última tormenta yendo a caer justo donde acaban las desgastadas escaleras de piedra, frente a su ahora hogar, la Torre.
Mantenía ambas manos sobre el regazo y únicamente las movía
de forma casi mecánica para espantar
alguna mosca pesada que se atrevía a posarse de vez en cuando sobre su piel. Llevaba
el pelo trenzado, con algunos mechones sueltos, apenas quedaban ya trazos del
color de ala de cuervo que había lucido éstos últimos años sobre sus cabellos
rojizos, por vestido, llevaba una camisa muy sencilla, anudada bajo su pecho e
impecablemente limpia.
De vez en cuando algún suspiro
anhelante salía de su pecho, propiciando que una lágrima rebelde rodase sobre
sus mejillas, cada vez menos, como si quisieran condensarse hasta desaparecer.
Lo cierto es que no le quedaban más, pero se negaban a largarse del todo,
como si al hacerlo su dolor dejase de ser suyo. Era consciente de que era una
tortura infligida, aceptada, no debía seguir
llorando por un cobarde que jamás mereció ni una sola de esas lágrimas, a veces
pensaba que no podía evitarlo, otras, sabía que no quería dejar de hacerlo; cuando
esto ocurría solía limpiarse la cara como una costumbre más, con el mismo gesto
de desidia que utilizaba para espantar
la mosca que la incordiaba.
Estaba a punto de quedarse
dormida bajo el tibio calor del Sol cuando de repente éste se nublo o eso le pareció,
pues dejo de sentir su calidez sobre las mejillas; sin abrir los ojos frunció el
ceño como solía y permaneció un instante así, con el ceño fruncido…
_’Eres más hermosa cuando sonríes’.
Abrió un ojo, aún sin saber si
quien le hablaba era parte de un sueño o la chanza de uno de sus dioses que pretendía
burlarse de ella. Sobresaltada abrió los dos, de golpe; ante sí, estaba
plantado el hombre que había visto en la taberna hacía unos días, él era la
causa de que el Sol no siguiese calentando su rostro. Se incorporó de golpe,
molesta, ¿Cómo era posible que no le hubiese escuchado llegar?, ella, que se las
daba de estar siempre alerta. Desde el sillón pero con postura erguida,
intentando disimular lo mejor que podía el haber sido sorprendida de ese modo, le pregunto…
_’¿Qué haces aquí y cómo osas interrumpir mi descanso?
_’No digas que no te alegras de verme, -respondió él con descaro,
sonriendo, mostrando al hacerlo una hilera de dientes blancos y bien cuidados-,
porque yo si me alegro de verte a ti’.
Medb cerró los puños sobre los
reposabrazos, ¿Cómo se atrevía a hablarle así?, ¿acaso no sabía quién era ella ni
el porqué de su voluntaria soledad?.
_’Márchate, -pronuncio imperiosa a la vez que extendía un brazo y
señalaba con el índice hacia un lugar indeterminado-, largo!’
El hombre se cruzó de brazos,
divertido, luego, tras arquear una ceja y torcer la boca en una mueca pensativa
se inclinó hacia delante dejando que sus largos cabellos rubios apenas rozasen
la frente de ella, siendo él quien apoyase ahora sus poderosas manos sobre los
reposabrazos del sillón. Bajando un poco más la cabeza la miró fijamente, con
expresión muy seria.
_’No, no me iré’. –Dijo desafiante-.
Ella se echo hacia atrás, solo un
poco, en sus ojos entrecerrados podía adivinarse una mezcla a partes iguales de
cólera y sorpresa. No le dio tiempo a replicar, pues el hombre acercándose un
poco más, dejó que sus labios apenas rozaran los de la guerrera mientras
susurraba con provocativa cadencia…
_’No me iré, porque tú no quieres que me vaya’.
Tras pronunciar éstas palabras la
levantó de su asiento, con firmeza pero a la vez con una dulzura infinita, la
cargó sobre su hombro y se dirigió hacia la puerta del Torreón. Medb contra
todo pronóstico no opuso resistencia, ni ella misma entendía porque no estaba golpeando y maldiciendo a ese
gigante nórdico que apenas había visto una vez hacía unos días, pero no lo hizo, sorprendida, pero a la vez
encantada sin saber muy bien porqué y sin buscar una razón dejo que éste la transportase
como un fardo sin decir nada.
A llegar frente a la puerta el
hombre empujó esta con la punta del pie, el gozne chirrió como solía, los dos gatos le miraron curiosos cuando con ella en brazos traspasó el umbral. Dejo a
Medb sobre el jergón con tanta suavidad como la había alzado y luego, sin dejar
de mirarla se quito la ropa despacio, permitiendo que ésta cayese a sus pies,
haciendo un montón con ella y sus botas que apartó de una patada, sin
molestarse por nada más que no fuese
contemplar a la mujer que tenía delante y que lo observaba entre
excitada y asombrada.
Ya completamente desnudo, volvió a
acercarse a ella, apoyándose sobre sus manos, una a cada lado de las piernas de la guerrera,
acercó su rostro al suyo y la olfateo, igual que haría un animal, luego, bueno,
luego ninguno de los dos dijo nada, simplemente se dejaron llevar por la pasión
desenfrenada que suele surgir cuando un hombre y una mujer se gustan y dejan que la naturaleza y las ganas de ambos hagan el resto.
Medb estaba sentada a horcajadas
sobre él cuando sujetándola por las nalgas se puso en pie para seguir haciéndola
suya contra la fría pared de piedra. Ninguno de los dos fue consciente del
tiempo que había transcurrido tras su primer abrazo cuando exhaustos ambos,
cayeron jadeantes sobre el jergón, sudorosos, con los corazones latiendo al unísono
aún presos de la excitación.
Ella mantenía la mirada perdida
hacia uno de los huecos del techo, pensaba en lo que había sido de ella éstos
meses pasados, en cómo llegó a pensar que nunca más podría volver a sentir lo
que había sentido con el hombre que amaba, entregarse a otro, gozar con otro, y
sin embargo, ahí estaba, tumbada junto a un extraño, colmada de besos sexo
y caricias, feliz y satisfecha…
Él, aún jadeante, tan solo la
miraba a ella, con dulzura, nada que ver con el animal que la había poseído hacía
apenas un instante; suavemente deslizo uno de sus brazos bajo la cabeza de la
mujer y acaricio su rostro con la otra mano.
_’¿En qué piensas?’, -le pregunto mientras recorría sus labios con un dedo-
_’En mi, -respondió ella sin mirarle y sin dudar-, pienso en mi’, -repitió-.
Luego, ya casi recuperado el
aliento, dejando a un lado sus turbios pensamientos se giró hacia él y entonces
fue ella quien le acarició los cabellos, ensortijados, empapados de sudor; por
un instante se permitió perderse en sus ojos, esos ojos azules que tenían la
misma profundidad que debe tener lo más hondo del fiordo, fríos, pero
poseedores de algo que sin saber porqué le hacían sentir bien, le hacían incluso
olvidar la traición de quien amaba, le hacían olvidar lo que le habían contado
el día anterior, aquello que las comadres de la aldea comentaban conocedoras de
lo que había ocurrido hacía unos meses; el ingrato estaba sacando con ayuda de su
amante los pocos restos de su presencia que aun quedaban en la casa que ambos habían
compartido, aquella casita junto al mar donde al menos ella había sido tan
feliz…
¿Pretendía con ello borrar su
memoria? Pobre infeliz, más digno de lástima que de odio, aún no era consciente
de que a una mujer como ella no podría olvidarla jamás, que intentándolo solo
se engañaba a sí mismo. Una mentira más, la que acabaría con él si alguna vez era consciente de su miseria.
Frunció el ceño, pero ésta vez no
con disgusto, tan solo para apartar una vez más esos pensamientos que le hacían
tanto daño. Miro a quien ahora era su amante, ¿lo era?, le daba igual, la había
hecho feliz, olvidarse de todo y de todos y eso era más que suficiente.
Le beso con dulzura y se refugió
en sus brazos hundiendo su rostro contra el pecho del hombre sin dejar de
acariciar los rizos rubios y revueltos, aspiró el aroma que desprendía su cuerpo, no olía a sal
como Gunnar, su olor era como el del pan caliente, eso le gusto y la hizo
sonreír. Se sentía bien, se sentía viva.
_’Regresaré mañana, -dijo Jörn, pues tal era su nombre-, si quieres…’
_’Quiero’, -respondió ella-.
Jörn la volvió a mirar, la había buscado
tanto tiempo y ahora, estaba allí, entre sus brazos, la abrazó con
fuerza, casi hasta hacerle daño y la volvió a besar.
* (Skrítið significa ‘Extraño’ en
Islandés)
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